EXPLICANDO LA MÚSICA: INTENTAR DEFINIR LO INDEFINIDO
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EXPLICANDO LA MÚSICA: INTENTAR DEFINIR LO INDEFINIDO
Música: “arte fundada en el valor, la funcionalidad y la concatenación de los sonidos; con referencia a los medios técnicos de los que se ha valido y a las formas en que se ha expresado a lo largo del tiempo.”
A pesar de que esta figura en los diccionarios como definición de música, logra capturar poco de lo que la música realmente es. Y si una descripción técnica es todo lo que tenemos en nuestras manos, ciertamente después de la relación milenaria que esta ha mantenido con el hombre, quizás estemos realmente frente a una dimensión que conserva algo inagotable. Y quizás, en este punto, mirando dentro de nosotros mismos —más específicamente en nuestro cerebro— podamos encontrar algunas respuestas adicionales para entender mejor la naturaleza de esta relación y especialmente si la música es realmente 'otra cosa que nosotros'.
A menudo comparamos la música con el lenguaje no solo porque son herramientas exclusivas de la especie humana y porque comparten la forma escrita, sino sobre todo debido al hecho de que este último también tiene un sonido, que determina su timbre: cada nota emitida vocalmente está llena de armónicos y el cerebro puede reconocer sus intervalos, una capacidad sin la cual no podríamos comprender ni producir las vocales. Para respaldar este vínculo, citamos un experimento de Koelsch que muestra cómo el área de Broca, conocida por estar involucrada en el procesamiento del lenguaje, se activa tanto frente a una violación melódica como a una semántico-sintáctica: en resumen, existen respuestas cerebrales registrables cuando escuchamos una nota 'fuera de lugar' (que no es parte de las escalas a las que estamos más culturalmente acostumbrados), una palabra o una frase que viola el sentido de la frase o las normas gramaticales. Además, los parámetros del sonido reflejan los aspectos dinámicos y sintéticos de la experiencia emocional, favoreciendo procesos empáticos entre las personas: el sistema nervioso del recién nacido, de hecho, se relaciona naturalmente con las modulaciones y regulaciones de los aspectos sonoros que caracterizan las vocalizaciones. Estas últimas, junto con las expresiones faciales, son la herramienta fundamental de los niños en la fase prelingüística para comunicar sus necesidades e interactuar con los demás.
EL SONIDO COMO INSTRUMENTO DE SOCIALIZACIÓN
A pesar de ser por definición una forma de arte, quizás la más sublime de todas, desde su dimensión comunicativa podemos comprender por qué la música conserva su papel como el medio expresivo por excelencia del alma humana. De hecho, son diversas las funciones que se le han atribuido a lo largo de la historia y que trascienden el ámbito estético. Volviendo por un momento dentro de nuestro cerebro, la perspectiva neurocientífica nos recuerda que a través de la música vivimos una experiencia emocionalmente intensa con un efecto vitalizante para el sistema nervioso autónomo, actuando en sinergia con el sistema endocrino y el inmunitario. Si extendemos este efecto a nuestra reacción al lenguaje, no es difícil concebir cómo la interacción y las relaciones interpersonales influyen en la fisiología de nuestro cuerpo al igual que las sustancias químicas reales. La música y las relaciones interpersonales no solo comparten aspectos relacionados con la percepción del sonido, sino también con la emoción y la cognición, que intervienen en la organización de la experiencia y la planificación del comportamiento. Además, existe una relación muy estrecha entre el sonido y el circuito dopaminérgico de la recompensa, según el cual tendemos a estar más atraídos por la música que podemos prever, ya sea rítmica o melódicamente hablando: esta preferencia explica por qué cuando nos apasionamos por uno o más géneros musicales tendemos a convertirnos en expertos y apasionados de los mismos y nos cuesta, al menos al principio, ampliar nuestros horizontes. Estos tipos de elecciones nos conectan de una manera u otra con canciones, pero también con personas, que 'vibran en nuestras frecuencias'. Por lo tanto, el aspecto de la socialización no puede pasar desapercibido. Desde un punto de vista más antropológico-evolutivo, el sonido sería importante para la supervivencia de la especie como un instrumento que favorece los procesos de coordinación grupal, fortaleciendo los lazos sociales. Basta con recordar cómo no solo las vocalizaciones, sino también el canto se utilizan en el cuidado materno e incluso a distancia, gozando de un inmenso poder tranquilizador para el recién nacido que no siempre puede contar con la cercanía inmediata de la madre.
UNA FORMA DE COMUNICACIÓN ANALÓGICA
El canal musical es capaz de crear un espacio relacional más amplio entre diversas identidades, entrelazando con un hilo invisible las historias de personas que viven en lugares diferentes pero que están unidas por compartir ese momento, esa escucha. Esta peculiaridad se encuentra tanto en la música provista de un texto, que puede hacer referencia a los valores o normas culturales de un cierto grupo (piense en el hip hop), como en 'simples' mezclas de componentes melódicos y rítmicos: se trata de un fenómeno no necesariamente de carácter semántico, ya que el músico es capaz de usar la melodía con fines evocativos, con la intención de expresar ciertas sensaciones y provocar en el oyente ciertas reacciones emocionales, estimulando la parte menos racional del cerebro — a esto se debe también la amplia difusión y éxito de la aplicación de la música en campañas de marketing. Más allá del lenguaje verbal, de hecho, existen diferentes tipos de comunicación analógica que el hombre tiene a su disposición para conectarse con los demás: además de la música, el dibujo y las actividades gráfico-pictóricas, por ejemplo, son una modalidad expresiva que representa un verdadero lenguaje gráfico. Sin embargo, la música representa un ejemplo de comunicación analógica que concede la posibilidad de formar un número infinito de productos (frases y melodías), a partir de un número limitado de elementos básicos (fonemas y notas). Nos habla de significados de una manera que trasciende el tamiz racional/intelectual y, aunque sea algo absolutamente no declarativo, conserva un valor narrativo y experiencial incalculable e inexpresable. Y aquí es donde vuelve la idea de lo indefinido, que quizás más que una idea es una realidad de la que no podemos escapar y de la que la música nunca deja de hacernos conscientes.
¿HAY CONTINUIDAD ENTRE EL RITUAL EN LA MÚSICA Y EN LAS PRÁCTICAS TERAPÉUTICAS?
En el pasado, la música era sensorialmente accesible solo para sus ejecutantes y por lo tanto representaba un evento social y cultural con un valor mucho más contingente, ya que no era posible volver a escucharla en un segundo momento. En las poblaciones tradicionales, de hecho, el sonido era un instrumento que, acompañado de cantos y danzas, apoyaba en los rituales de curación de los enfermos. Su poder transformador es por lo tanto bien conocido por el hombre desde hace mucho tiempo, tanto que un componente sonoro ya formaba parte integral de la práctica terapéutica y aún hoy en día persisten rezos de diversas religiones. 'Rito' de hecho proviene de la palabra sánscrita ritis, que significa procedimiento, y del latín ritus, que significa número: estas interpretaciones expresan ambas la idea de progresión numérica y temporal, es decir, del proceso medido y ordenado. A pesar de tratarse de un medio de expresión artística, la música es un proceso muy calculado y estructurado, como un discurso: un equilibrio de sonidos y silencios que deben dosificarse con la sensibilidad adecuada según la intención expresiva del ejecutante. Si por lo tanto logramos comprender la relación entre la música y el ritual terapéutico, es lícito en este punto preguntarse si hoy en día se puede pensar en reintegrar y reconsiderar su papel en la práctica médica moderna.
En virtud del mencionado vínculo visceral que existe entre el cerebro y el sonido, es posible encontrar toda una serie de aspectos beneficiosos documentados sobre la aplicación de la música con fines terapéuticos. La misma musicoterapia, una disciplina reconocida y certificada que posee diversas modalidades de administración y que implica la interacción entre el sujeto y el terapeuta a través precisamente del instrumento sonoro, se basa en estas evidencias experimentales. De hecho, existen situaciones (clínicas y no clínicas) en las que esta práctica se utiliza, con fines específicos relacionados con la etapa del ciclo de vida en la que se encuentra el sujeto que la necesita. En la infancia, por ejemplo, vemos cómo la formación musical, al involucrar diferentes redes neuronales, facilita el desarrollo incluso de habilidades no musicales, incluido el lenguaje, la atención y las funciones ejecutivas. Con adultos, puede usarse para tratar el dolor, la depresión, la ansiedad y el estrés, mientras que en la vejez puede ayudar a contrarrestar el declive de las funciones ejecutivas y mantener un nivel de bienestar general. Sin embargo, no queremos centrarnos demasiado en la musicoterapia, ya que representa una disciplina separada: para evaluar la relación entre la música y la práctica médica, es necesario observar los principios en los que se basa el modelo biomédico actual. En un paradigma en el que la técnica es la protagonista y el ritual terapéutico se basa en la adherencia al protocolo, quizás sea casi 'disonante' pensar en reconsiderar la importancia del aspecto sonoro. Además, en virtud de lo explicado anteriormente sobre la relación entre música y lenguaje, reconocer la existencia de un ritual terapéutico —como un conjunto de gestos y comportamientos llevados a cabo en un contexto de atención— llevaría también a concebir la reconsideración de la importancia de la comunicación médico-paciente. Sin embargo, para evitar abrir un capítulo enorme sobre las carencias relacionales de la práctica médica, mantendremos el enfoque en el componente sonoro. El predominio de la técnica en la cultura occidental se puede sortear: si existiera la forma de integrar la música en la técnica, considerándola parte integral de la misma y no un ingrediente al nivel de un placebo, entonces esto facilitaría un reintegro más simple y concreto.
ENTRE SENTIDOS, RELACIÓN Y NARRACIÓN
En este punto, debería quedar claro cómo el poder terapéutico de la música está relacionado con su dimensión estética-sensorial, relacional-expresiva y narrativa. Y aunque estas tres dimensiones tengan una naturaleza distinta, a menudo están entrelazadas, agregando valor una a la otra: lo que las une a todas es el concepto de patrón. En la música, el patrón se encuentra en la repetición de una unidad de información, en forma de células melódicas y rítmicas. Las historias, por otro lado, están compuestas sobre un guion narrativo, como el viaje del héroe, que determina su estructura: en este caso, más que las palabras en sí, es este último el que comunica el significado. Por esta razón, en el Evangelio según Mateo, está escrito 'a ellos hablo en parábolas: para que viendo no vean, oyendo no escuchen y no comprendan'. Incluso en las relaciones, el patrón aparece como un conjunto de actos con significado psicológico que indican adhesión a las normas culturales vigentes en un contexto determinado o a valores compartidos: ya sea que esto implique el respeto a un protocolo médico o a una costumbre en la vida cotidiana, de todos modos hay un modelo que ordena y da significado a la situación. Ver la interacción de estos tres aspectos es fundamental para pensar, a nivel terapéutico, en algo transformador en todos los niveles del ser. De hecho, es importante en el mundo interno del paciente sincronizar el aspecto más racional con el más emocional e inconsciente para que en su realidad externa se manifieste un nuevo orden con un significado diferente. Y está claro que la música, con su misterio, habla de partes de nosotros que no sabemos definir bien. Y es en la batalla entre el orden y el desorden, entre lo definido y lo indefinido, que atribuimos sentido al mundo: lo indefinido es necesario, es potencial; la definición son nuestras acciones, nuestros pensamientos y nuestra forma de definir las cosas para darle orden al mundo. Como un arado que trabaja la tierra, la mente consciente ordena las cosas, pero la tierra siempre vuelve como antes: sin trabajar, inmutable, inaprensible e indefinible. En la cultura occidental, creemos que esto es lo que salva. Sin embargo, lo que conocemos tiene un límite y un final, mientras que siempre habrá algo que no conocemos y no podemos definir. Lo definido es el límite porque ya ha sido. Lo indefinido es algo eterno y es lo que nos mueve, nos hace sentir vivos. Por lo tanto, no es lo definido, sino el acto de definir lo que constituiría la forma de vida de la conciencia.
UNA INTERACCIÓN ENTRE PATRONES: COMO EN EL UNIVERSO, ASÍ EN LA MÚSICA
La música, si se escucha más allá del intelecto, revela un mundo lleno de significados que no podemos definir. Sin embargo, no sabemos exactamente cómo acceder a ese mundo, ni sabemos cómo hacer que nuestro corazón lata, porque es un lenguaje diferente al que hablamos. Por lo tanto, lo que percibimos al escuchar o hacer música es lo que podemos experimentar simplemente estando en el mundo, con una presencia cualitativamente verdadera, sin necesidad ni propósito. Y es cuando nos damos cuenta de nosotros mismos que nos volvemos conscientes del mundo y, por lo tanto, de nuestro ser parte de algo constantemente en interacción con nosotros. La misma naturaleza se manifiesta en la interacción, que es su principio fundamental: como la flor crece cuando encuentra la luz, así nace el sonido cuando nuestras manos encuentran el marfil del piano, y así cuando el sonido encuentra nuestro aparato psicofísico da vida a un sentimiento humano tan misterioso, pero al mismo tiempo familiar. Y siendo el universo un conjunto de patrones en interacción —el más profundo lo vemos en el esquema de caos y orden—, no es sorprendente el dicho que afirma que entender los patrones lleva a entender la realidad (si entendemos por realidad la representación que hemos construido de ella). Desde esta perspectiva, pensar en una práctica terapéutica que involucre sonido, narración y relación de apoyo, podría ser quizás lo más obvio y natural de este mundo. Integrar estos conceptos en una herramienta moderna, que respete el mundo en el que vivimos y que no intente rebelarse en vano contra la tecnología, es nuestro deber como investigadores, innovadores, clínicos y, sobre todo, como personas.
FUENTES BIOGRAFICAS: