En este punto, debería quedar claro cómo el poder terapéutico de la música está relacionado con su dimensión estética-sensorial, relacional-expresiva y narrativa. Y aunque estas tres dimensiones tengan una naturaleza distinta, a menudo están entrelazadas, agregando valor una a la otra: lo que las une a todas es el concepto de patrón. En la música, el patrón se encuentra en la repetición de una unidad de información, en forma de células melódicas y rítmicas. Las historias, por otro lado, están compuestas sobre un guion narrativo, como el viaje del héroe, que determina su estructura: en este caso, más que las palabras en sí, es este último el que comunica el significado. Por esta razón, en el Evangelio según Mateo, está escrito 'a ellos hablo en parábolas: para que viendo no vean, oyendo no escuchen y no comprendan'. Incluso en las relaciones, el patrón aparece como un conjunto de actos con significado psicológico que indican adhesión a las normas culturales vigentes en un contexto determinado o a valores compartidos: ya sea que esto implique el respeto a un protocolo médico o a una costumbre en la vida cotidiana, de todos modos hay un modelo que ordena y da significado a la situación. Ver la interacción de estos tres aspectos es fundamental para pensar, a nivel terapéutico, en algo transformador en todos los niveles del ser. De hecho, es importante en el mundo interno del paciente sincronizar el aspecto más racional con el más emocional e inconsciente para que en su realidad externa se manifieste un nuevo orden con un significado diferente. Y está claro que la música, con su misterio, habla de partes de nosotros que no sabemos definir bien. Y es en la batalla entre el orden y el desorden, entre lo definido y lo indefinido, que atribuimos sentido al mundo: lo indefinido es necesario, es potencial; la definición son nuestras acciones, nuestros pensamientos y nuestra forma de definir las cosas para darle orden al mundo. Como un arado que trabaja la tierra, la mente consciente ordena las cosas, pero la tierra siempre vuelve como antes: sin trabajar, inmutable, inaprensible e indefinible. En la cultura occidental, creemos que esto es lo que salva. Sin embargo, lo que conocemos tiene un límite y un final, mientras que siempre habrá algo que no conocemos y no podemos definir. Lo definido es el límite porque ya ha sido. Lo indefinido es algo eterno y es lo que nos mueve, nos hace sentir vivos. Por lo tanto, no es lo definido, sino el acto de definir lo que constituiría la forma de vida de la conciencia.